jueves, 24 de mayo de 2007

Las lenguas aborígenes de Chile

Al igual que otros países de América, el nuestro ha sido y es multilingüe, pero en menor proporción. En el presente sobreviven -en diferentes condiciones- solo cuatro en Chile continental (aymara, quechua, mapuche y kawesqar) y una no amerindia en la Isla de Pascua (rapanui); seis se han extinguido (chango, atacameño, diaguita , selk'nam, yagan y chono), algunas prácticamente sin dejar huellas.
Sobre la existencia de varias lenguas en el territorio informa, tempranamente, el cronista Gerónimo de Bibar (1558). Los valles de Atacama, Copiapó, Huasco, Coquimbo, Limarí y Combarbalá hasta el de Aconcagua poseían sus propias lenguas, no habiendo grandes diferencias entre algunas de ellas. Así, refiriéndose a los habitantes del valle de Huasco, expresa: "Estos yndios difieren de la lengua de Copiapo como byscainos e navarros" (Vibar, 1979:40) Es decir, presentaban diferencias dialectales no muy pronunciadas. Desgraciadamente, no quedaron documentadas.
Como consecuencia de la conquista incaica, el quechua era entendido en dichos valles. Por ello, según Vibar, cuando Pedro de Valdivia llegó al valle de Copiapó ordenó a la gente de a pie y a los yanaconas que hablaran en esa lengua a los aborígenes locales, los cuales huían ante la presencia de los españoles. "Luego el capitan de los yndios - escribe -, quando oyo la boz y entendio la lengua del Cuzco - puesto qu'es de la suya muy diferente, porque en toda la tierra y provincias de Indias cada XX y XXX leguas difieren los lenguajes - entendiola, porque avian tratado con yndios del Cuzco (porque tenian a las diez y ocho leguas del valle de Copiapo un pueblo ... de yndios del Cuzco), y como con ellos tratavan, entendia la lengua este capitan y otros muchos" (Vibar, op.cit.: 30).
Respecto del resto del territorio, el cronista da testimonio de la homogeneidad del lenguaje. Refiriéndose a la zona de Aconcagua escribe: "La lengua d'estos valles no difiere una de otra" (op.cit.:51). Los promaucaes, situados a siete leguas al sur de Santiago, por su parte, "son de la lengua y traxe de los de Mapocho" ( op.cit.: 165). La población que habitaba entre los ríos Itata y Toltén hablaba la misma lengua de la comarca de Santiago. Más al sur, los habitantes de Valdivia " difieren vn poco en la lengua a las demas provincias que tengo dichas" (op.cit.: 190). Por último, de la gente de la Isla de Chiloé afirma que "la lengua difiere vn poco " (op.cit.: 249).
De esa primera e importante crónica se infiere, pues, que, al iniciarse la conquista de nuestro país, había más diversidad idiomática en la zona norte y que, en la mayor parte del territorio conocido hasta entonces se hablaba una sola lengua, con pocas diferencias dialectales, lo cual fue corroborado posteriormente. De las lenguas de los valles del norte, mencionadas por Vibar, no ha sobrevivido ninguna. Tampoco la de los changos de la costa.
www.c5.cl/eural/tht/material_th2/dia_1_word/modulo_II/web/navegar_en_seco/lenguas.htm

¿ y que pasa con la cultura aborígen de Chile?

Los Aborígenes en Chile.
En nuestro país por su gran variedad geográfica, se dió todo tipo de organizaciones sociales y económicas en sus distintas culturas autóctonas. Uno de los aspectos más claros, para entenderlas, en relación con su entorno, es el alto desarrollo alcanzado en organización social, agricultura, ganadería y artesanía por los pueblos que se encontraban en la zona norte, y a medida que avanzamos hacia el sur, los pueblos se hacen nómadas y dedicados a actividades como la pesca y la caza.

Uno de los pueblos más adelantados fueron los atacameños, que ocupaban los territorios al interior de Tarapacá, Antofagasta y Puna de Atacama. Sus vestigios se remontan a casi 12.000 años, poseían una cultura bastante desarrollada, dedicándose a la agricultura, crianza de llamas y alpacas, a la minería y metalurgia, destacando su avanzada industria textil y alfarera.
Otro pueblo de la zona norte, notable por su cultura, fueron los diaguitas. Establecidos entre Copiapó y el Río Choapa, desarrollaron la alfarería, alcanzando gran perfección en diseño y colorido; conocían el tejido y la minería de oro, cobre y bronce, además de ser pastores de llamas y alpacas.
A lo largo de todo el litoral comprendido entre Arica y Chile central, habitaron los changos, un grupo de pescadores de costumbres nómadas, que se caracterizaban por sus embarcaciones hechas de cueros de lobos marinos inflados. Desaparecieron tardíamente fusionados con el mestizaje.
Los picunches ocuparon la zona comprendida entre el Río Choapa y el Río Itata. Fueron influidos culturalmente por su vecinos del norte (los diaguitas), y por los del sur (los mapuches); eran agricultores, ganaderos y conocían la alfarería y el trabajo en tejidos.
Ya en la zona sur del país (Vlll Región), quedan pocas culturas dedicadas a la explotación sistemática de la tierra. La mayoría se centran en actividades de caza y recolección.
El Río Biobío y Toltén se instalaron los mapuches, pueblo aguerrido, dedicado preferentemente a la caza. Rápidamente se adaptaron a las circunstancias nuevas de una guerra contra los españoles, aprendieron el uso del caballo, de las armas de hierro y sostuvieron la más tenaz resistencia al invasor durante trescientos años. Es el único pueblo en Chile que aún conserva su espíritu ancestral y sus tradiciones culturales.
El único pueblo en esta zona, que no se dedicó a la caza y recolección, fueron los huilliches, que ocupaban la zona que va desde el sur del Biobío hasta el Golfo de Reloncavi.
Eran agricultores pacíficos, que no ofrecieron resistencia ni a los invasiones mapuches ni a la española. Los chiquillanes eran indígenas nómadas y recolectores, que habitaron la región oriental de la Cordillera de los Andes, entre el Río Diamante y el Lago Nalalhue. Hacían frecuentes cruces de la cordillera para comerciar con otros pueblos aborígenes de nuestro territorio y posteriormente con los españoles.
Otro pueblo de esta región fueron los puelches, que alzaron sus tolderias en la zona cordillerana al sur de Valdivia y hasta las alturas de Osorno, dedicándose a la caza del guanaco y a la recolección de frutas. Lentamente fueron mestizándose con los mapuches y los huilliches hasta desaparecer.
Los pehuenches fueron cazadores y recolectores nómadas, que habitaron el territorio cordillerano entre Chillán y Valdivia. Traspasaban la cordillera para comerciar y recolectar piñones (pehuén). En el siglo XVIII se establecieron definitivamente en territorio chileno.
En la isla de Chiloé y la zona de los canales y archipiélagos australes habitaron los chonos, pueblo de pescadores y cazadores de Lobos marinos. Con la llegada de los cuncos a Chiloé, fueron desplazados más hacia el sur; sin embargo, aprendieron de ellos una agricultura rudimentaria y la crianza de la llama. De la fusión de ambos pueblos nació el chilote.
En la Undécima Región existieron dos pueblos diferenciados en sus costumbres: uno esencialmente de tierra y el otro marino. Los primeros, los tehuelches, habitaron ambos lados de la Cordillera de los Andes, en la zona comprendida entre el Golfo de Reloncaví y Tierra del Fuego. Más conocidos como patagones, practicaban la caza y la recolección de frutas, plantas y raíces. Desaparecieron tras sucesivas mezclas con otros grupos indígenas y con la conquista española.
El segundo pueblo eran los alacalufes, que vivían en sus botes de cortezas o árboles ahuecados, recorriendo la extensa región comprendida entre el Golfo de Penas y el Canal Beagle. Alejados de todo contacto con otros pueblos, no conocieron agricultura, ni ganadería dedicándose a la caza de focas y a la pesca.
Ya en el extremo austral del país encontramos a los yamanas, indios pescadores conocidos también como yaghanes, quienes habitaban las islas y canales del Beagle. Al igual que los alacalufes, no mantuvieron contacto con otros pueblos y no conocieron agricultura ni ganadería. Durante el período de colonización fueron objeto de una despiadada destrucción. Los onas, llamados así por sus vecinos yamanas, eran dos subgrupos, los indios Selk-Nam y los Hausch, diferenciados por características de costumbres y lenguaje, pero pertenecientes al mismo grupo étnico. Habitaron la Isla Grande de Tierra del Fuego, dedicándose a la cacería de guanacos y a la recolección de bayas y otros frutos. De gran estatura, corrieron igual suerte que sus vecinos yamanas, siendo exterminados por los colonizadores blancos.
De esta forma hemos dado un vistazo a todos los pueblos del Chile prehispánico, a la gran variedad de culturas, formas de organización social y económica. Quizás en Chile no existieron grandes civilizaciones como en México y Perú, pero dentro de la variada gama cultural hubo pueblos que solucionaron sus problemas de hábitat con ingenio y tuvieron organizaciones sociales, políticas y religiosas muy avanzadas, lo que representa un patrimonio cultural muy amplio, rico e interesante para ser estudiado.


www.folklore.cl/aborigenes.html

viernes, 11 de mayo de 2007

jueves, 10 de mayo de 2007

Antonio Caso. Filósofo revolucionario

Antonio Caso
Antonio Caso (1883-1946), filósofo y escritor mexicano. Fue una de las figuras más importantes y activas de la intelectualidad de México en la primera mitad de siglo. Desde un comienzo se opuso al positivismo imperante (introducido por Gabino Barreda), criticando lo limitado de su concepto de experiencia. Introdujo en su país las más recientes tendencias filosóficas, en especial la obra de Henri Bergson y Edmund Husserl. Su pensamiento, alejado del discurso sistemático, tiene un marcado carácter pluralista y supone una confianza en el valor de la intuición como forma de conocimiento. Le preocupaba la idea de "síntesis" como meta del conocimiento filosófico, en la que debían converger la moral, el arte, las aportaciones de la ciencia y de la cultura. Entre sus obras, Discursos a la nación mexicana (1922), Doctrinas e ideas (1924) La filosofía de Husserl (1934) y El peligro del hombre (1942).
Ejerció una notable influencia en la renovación del pensamiento mexicano de su tiempo. Formó parte del Ateneo de la Juventud, junto con José Vasconcelos, Alfonso Reyes y otros jóvenes filósofos, que apoyaron sin la menor reserva el levantamiento revolucionario de 1910.
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Revolución Mexicana
El mapa que muestra la imagen ilustra los principales movimientos de las fuerzas en lucha durante la Revolución Mexicana (1910-1919).
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Las Ruinas del Templo Mayor






Las ruinas del Templo Mayor
En las ruinas del Templo Mayor de México-Tenochtitlan los arqueólogos han descubierto algunas de las piezas arqueológicas prehispánicas más espectaculares del siglo XX. En 1913 el antropólogo mexicano Manuel Gamio localizó el lugar exacto en el que se hallaban los restos de este templo mexica. Sin embargo, no fue sino hasta 1978, con el descubrimiento de la efigie de la diosa Coyolxauhqui por unos obreros de la compañía eléctrica, cuando se iniciaron nuevas excavaciones que finalizaron en 1982 con la pública inauguración de este destacadísimo recinto.
Corbis/Nik Wheeler
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La última civilización mesoamericana importante fue la de los aztecas, también llamados mexicas (de donde proviene el nombre de México). Entre 1428 y 1521 los aztecas produjeron y reunieron, a través de los tributos imperiales, objetos que hoy constituyen algunos de los mejores ejemplos del arte precolombino que ha llegado hasta nuestros días.
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Bajorrelieve azteca
Los artesanos aztecas fueron bastante diestros en el arte de la cantería. Esta obra del 1500, esculpida en piedra, representa al dios azteca Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que, de acuerdo con la mitología azteca, creó todas las formas vivientes.
Art Resource, NY/Werner Forman
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En la época de la conquista española, el corazón del Imperio azteca era Tenochtitlan, ubicada donde está hoy la ciudad de México, era probablemente la población más grande y una de las más hermosas del mundo. Construida en el lago de Texcoco sobre islas naturales y artificiales llamadas chinampas, la Gran Tenochtitlan se parecía en su concepción a la ciudad italiana de Venecia. Las calles eran básicamente canales y el medio principal de transporte eran las canoas. Hoy día, la plaza central (el zócalo) de la capital mexicana se extiende encima del principal centro ceremonial azteca. Excavaciones recientes, llevadas a cabo por arqueólogos mexicanos en el templo Mayor de los aztecas, han sacado a la luz algunos de los hallazgos arqueológicos más espectaculares de este siglo en México.
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Máscara azteca
Los artistas prehispánicos emplearon a menudo la técnica musivaria. Esta máscara azteca de madera está recubierta por un mosaico de turquesas, con ojos y dientes de madreperla. Las teselas están adheridas al soporte con una resina natural.
Bridgeman Art Library, London/New York
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Los aztecas produjeron esculturas exentas en piedra con carácter monumental. En ellas utilizaron tanto expresiones abstractas como realistas para revelar el carácter interno y externo de la divinidad, persona o animal retratados. La mayor parte de la escultura en piedra se utilizó para la decoración arquitectónica y las representaciones de dioses. También se empleó en los altares para sacrificios humanos, en los cuauhxicalli (recipientes para la sangre y el corazón), calendarios de piedra y otros objetos ceremoniales importantes. Ejemplos ilustrativos de la monumentalidad de la escultura mexicana son la extraordinaria figura de la diosa Coatlicue, símbolo de la dualidad que caracterizaba las religiones mesoamericanas; el enorme disco labrado de la Coyolxauhqui desmembrada y el universalmente conocido calendario azteca o Piedra del Sol.
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Mayas






Estatuilla de cerámica maya
Uno de los productos más importantes de la economía maya fue el maíz. Esta figura (c. 600-800) representa el dios del preciado cereal, con sus joyas y su tocado característicos. La pieza era originalmente polícroma, y su sencillez formal caracteriza la cerámica maya.
Art Resource, NY/Nefsky
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La civilización maya dominó el sur de Mesoamérica durante la segunda mitad del primer milenio de nuestra era. Aunque se originó en el periodo preclásico, la cultura maya alcanzó su apogeo artístico e intelectual durante la última etapa clásica, desde alrededor del año 600 hasta aproximadamente el 900. En la época de la conquista española ya se encontraba en decadencia.
Ninguna otra civilización precolombina igualó a los mayas en la variedad y calidad de su arquitectura. Los emplazamientos mayas clásicos se fundaron en un principio en las zonas de las tierras bajas tropicales. Comparados con la cultura de Teotihuacán, dichos emplazamientos parece que prestaron mayor atención a los aspectos ceremoniales y dedicaron menos interés a los urbanos. La mayoría de las ruinas mayas están en México. Entre ellas se puede mencionar Palenque, Yaxchilán y Bonampak y en la península de Yucatán, Chichén Itzá, Cobá, Dzibilchaltún, Edzná, Hochab, Kabah, Labná, Sayil, Uxmal y Xpuhil. Otros emplazamientos importantes son los de Copán, en Honduras, y los de Guatemala: Piedras Negras, Quiriguá y Tikal, el mayor de todos los centros ceremoniales mayas. Su arquitectura se caracteriza por un sentido exquisito de la proporción y el diseño, así como por su refinamiento estructural y la sutileza de los detalles. Los mayas utilizaron la escultura más ampliamente en la decoración arquitectónica que todas las demás civilizaciones precolombinas. La bóveda de saledizo se empleó no sólo para cubrir espacios interiores sino también para construir arcos apuntados o trilobulados. También construyeron caminos pavimentados que conectaban los centros administrativos y religiosos más importantes. Se cree que se utilizaban sobre todo para procesiones ceremoniales y como símbolo de lazos políticos.
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Templo de Cobá
El antiguo centro mesoamericano de Cobá se desarrolló especialmente durante el final del periodo clásico maya y el principio del posclásico, es decir, aproximadamente entre los años 800 y 1000. Sus ruinas, entre las que se hallan las del templo que aparece en esta fotografía aérea, se encuentran en el estado mexicano de Quintana Roo.
Corbis/Yann Arthus-Bertrand
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El arte maya es el más refinado y elegante de todos los desarrollados por las civilizaciones precolombinas. Es digno y majestuoso, exuberante y sensual, y presenta una ornamentación espléndida.
Las estelas con relieves figurativos e inscripciones son los ejemplos más característicos de las esculturas conmemorativas exentas realizadas en piedra por los mayas. Los ejemplos más elaborados se encuentran en Copán, donde la maleabilidad de la piedra permitió una exuberancia ornamental barroca. La mayor parte de los emplazamientos importantes cuenta con una evolucionada tradición en la realización de paramentos de piedra decorados con relieves. En Palenque se utilizó el estuco para crear relieves de gran complejidad que decoraban los templos y palacios, como las célebres cabezas de la cripta de la pirámide de las Inscripciones.
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Bajorrelieve maya
Los mayas esculpieron elaborados bajorrelieves, como esta obra del periodo clásico tardío (siglos VII al IX). Los relieves se disponían en los muros de los edificios o en las características estelas mayas (pilares o losas exentas con inscripciones).
Liaison Agency/George Swain
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Los mayas dominaron todas las formas artísticas precolombinas conocidas, menos el trabajo en metal. Aunque no se conservan telas tejidas por los mayas, su calidad y decoración pueden apreciarse a través de las representaciones en pinturas, figurillas y esculturas. Tallaban con maestría el jade, la madera, el hueso y las conchas, pero fue en los trabajos realizados con arcilla donde más destacaron. Sus figurillas de un realismo extraordinario (especialmente las provenientes de la isla de Jaina, Yucatán) y su cerámica policromada en la que se representan escenas mitológicas o de la vida cotidiana (producida en champlevé, Guatemala) se cuentan entre las mejores piezas de cerámica pintada precolombina.
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Pirámide del Sol en Teotihuacán


Pirámide del Sol en Teotihuacán
La Pirámide del Sol de Teotihuacán (México) se erigió entre los años 50 y 200 de la era cristiana. Está construida con adobe recubierto de piedra volcánica, y alcanza una altura de 61 metros. Una escalera ceremonial conduce a su cima, donde se alzaba el templo del dios del Sol Huitzilopochtli.
Bridgeman Art Library, London/New York/Tom Owen Edmunds
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Los edificios precolombinos más antiguos estaban construidos en madera, juncos trenzados, esteras de fibra o paja, y otros materiales perecederos. Las estructuras permanentes o monumentales construidas en piedra o adobe (ladrillos de barro secado al sol) se desarrollaron principalmente en Mesoamérica y en la zona central andina.
Las técnicas de construcción precolombinas eran rudimentarias. La mayor parte de las estructuras se construían con el sistema de pilastra y dintel o de vigas horizontales sin arcos, aunque la cultura chavín del Perú y la maya de Mesoamérica emplearon el arco falso o bóveda de piedra salediza, que consiste en colocar una piedra sobre otra para conseguir una forma de arco. Utilizaban más herramientas de piedra que de metal, y tanto el transporte como la construcción de edificios como las pirámides, palacios, tumbas y templos sobre basamentos escalonados, se llevaban a cabo manualmente sin ayuda de ningún tipo de maquinaria.
La pirámide precolombina era considerada como algo diferente a su equivalente egipcia, ya que no estaba construida con fines funerarios sino como residencia de una deidad. Sin embargo, excavaciones recientes confirman de modo reiterado que solían incorporarse tumbas a las pirámides. Los pictogramas de los códices, (véase Paleografía) permiten suponer que las pirámides tenían gran importancia cívica y cultural. El símbolo azteca para representar la conquista era una pirámide en llamas en la que el calli, o casa del dios (el templo mayor), había sido derribado por el conquistador. Para hacerlas aún más monumentales e incrementar así el prestigio del gobernante, muchas de las pirámides mesoamericanas se reconstruían periódicamente sobre una estructura ya existente si bien esta práctica se relacionaba con cada cambio de era y se conmemoraba construyendo una pirámide nueva encima de las anteriores.
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Metalistería


Pendiente mochica
La existencia de oro permitió el florecimiento de la orfebrería de la cultura mochica, que habitaba el Perú precolombino. Este pendiente mochica representa una figura bicéfala con cabezas de pájaro y cuerpo de felino. Está datado entre los años 200 y 700 d.C. y se conserva en el Museo del Oro de Perú.
Photo Researchers, Inc./Tom McHugh
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Desde su supuesto origen en el norte de la zona central andina alrededor del 700 a.C., el trabajo del metal se extendió hacia el área intermedia y alcanzó Mesoamérica alrededor del 1000 d.C. Debido a la insaciable sed de oro y plata de los europeos durante la conquista y después de ella, la mayoría de los objetos que no estaban enterrados o escondidos fueron fundidos por los conquistadores españoles y transportados como lingotes a España. Aunque las culturas prehispánicas no conocían el hierro ni el acero, habían trabajado mucho el cobre y habían descubierto la aleación del bronce alrededor del 1000 d.C. La tumbaga, una aleación de cobre y oro, se utilizó en Perú, Colombia y Ecuador. Se aplicaron muchas técnicas para trabajar el metal, que iban desde la cera perdida, hasta la soldadura, el repujado y el grabado. Los trabajos en metal solían estar grabados, chapados en oro o decorados con incrustaciones de piedras y conchas de mar.
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Los Olmecas


Los Olmecas



Hacha ceremonial olmeca
Esta cabeza de un hacha ceremonial olmeca, tallada en jade, combina rasgos humanos y felinos, quizá como representación de una deidad. Data de alguna fecha entre los años 700 y 300 a.C. y se conserva en el Museo Británico de Londres.
Bridgeman Art Library, London/New York
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Instalados en la región costera central del golfo de México, los olmecas desarrollaron la primera civilización mesoamericana importante, entre aproximadamente el 1500 y el 600 a.C. En las cuencas pantanosas y selváticas de los actuales estados mexicanos de Veracruz y Tabasco había grandes centros ceremoniales como La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo. Muchos de los elementos más característicos de la civilización mesoamericana se originaron con los olmecas, como ha quedado demostrado especialmente en La Venta, que es la capital administrativa y ceremonial más conocida de esta cultura.
La Venta, al igual que muchos emplazamientos mesoamericanos posteriores, está planificada siguiendo un eje norte-sur. En el centro de esa disposición axial de templos, plataformas y plazas se construyó una pirámide rectangular con tierra apisonada de 30 m de altura, que es una de las primeras de Mesoamérica. Este trazado se convertiría en algo común en los centros ceremoniales mesoamericanos que se construyeron posteriormente. Los olmecas fueron los primeros en utilizar la piedra en arquitectura y escultura, a pesar de la dificultad de su extracción y transporte desde las montañas de Los Tuxtlas a 97 km al oeste. Fueron también los primeros creadores de mosaicos en piedra de América.
Los objetos olmecas más impresionantes son las cabezas colosales de piedra, de alrededor de 2,7 m de altura que, por su realismo, parecen retratos. Se han descubierto relieves de gran tamaño y detalle que representan deidades o hechos mitológicos, al igual que estatuillas de basalto y de jade talladas de modo exquisito. Sin embargo, a pesar de su importancia, la escultura no se combinó con la arquitectura como en civilizaciones mesoamericanas posteriores. Se erigieron estelas de piedra o lápidas de roca aisladas, posiblemente para conmemorar hechos significativos, y se grabaron con inscripciones de símbolos iconográficos, precursores de la escritura mesoamericana posterior.
El arte olmeca, como el de los mayas, se caracteriza por un alto grado de naturalismo. Predomina lo curvilíneo por encima de lo rectilíneo, lo cual crea formas rítmicas y fluidas que parecen mantener una armonía con un entorno tropical, en contraste con el arte estilizado y anguloso que suele encontrarse en los valles relativamente austeros de las montañas del centro y sur de México.
La esfera de influencia de los olmecas se extendió desde su centro en el golfo de México a través de la altiplanicie mexicana, el valle de México conocido como Anáhuac, la región de Oaxaca, y por el oeste hacia el estado de Guerrero. Aunque la cerámica olmeca que se elaboró en el centro es de menor importancia, en los emplazamientos olmecas de la altiplanicie, Tlatilco y Tlapacoya, se han encontrado estatuillas huecas de arcilla que son, probablemente, las primeras de Mesoamérica y se cuentan entre los mejores ejemplos de escultura en cerámica mesoamericana. La cultura indígena de Tlatilco produjo también una gran cantidad de estatuillas de mujeres con elaborados peinados y una ornamentación corporal muy detallada que se conocen genéricamente como ‘mujeres bonitas’. Los rasgos femeninos exagerados de su anatomía parecen indicar que se utilizaban como símbolos de la fertilidad tanto para la fecundidad humana, como para la de la tierra puesto que se enterraban en los campos de cultivo.
En los estados mexicanos de Morelos y Guerrero, se aprecia la influencia olmeca en las figurillas de barro de Xochipala, en la pintura de la cueva de Oxtotitlán, en Guerrero, y en los bajorrelieves de las paredes de la cueva de Chalcatzingo, en Morelos. Estos dos últimos lugares estaban consagrados al culto de una divinidad encarnada en el jaguar, cuyo poder y relación con los jefes gobernantes constituía el tema de la mayor parte del arte olmeca.
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Arte Mestizo


Arte mestizo

Capilla posa del convento de Huejotzingo
La capilla posa es una tipología arquitectónica originaria de América Latina y que alcanza su máximo esplendor durante el siglo XVI en México. Tradicionalmente se construían en las esquinas de los atrios y entre las más hermosas están las cuatro del convento de Huejotzingo, en el estado mexicano de Puebla. En esta imagen podemos contemplar una de ellas.


Arte mestizo

INTRODUCCIÓN
Arte mestizo, término empleado por algunos historiadores del arte realizado en la América hispana durante el periodo colonial, para denominar las obras en las que es evidente una interpretación local del arte europeo a partir de elementos decorativos o estructurales propios del mundo indígena.
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DEFINICIÓN
A lo largo del siglo XX la historiografía del arte colonial ha manifestado una preocupación constante por establecer el grado de originalidad de esta producción artística, nacida a partir de los modelos europeos trasplantados a América tras el establecimiento español en el continente americano. Y para detectar esta originalidad se han señalado varios puntos de partida. Uno de los más importantes ha sido la identificación de temas procedentes del repertorio iconográfico de las diferentes culturas prehispánicas contemporáneas al momento de la conquista, incorporados a la decoración de obras propias de la cultura europea, especialmente de carácter religioso, como iglesias y conventos. A estos temas se han añadido también aquellos procedentes de la flora y la fauna americana. Los ejemplos se relacionan tanto con la cultura azteca en el área del virreinato de Nueva España como con las culturas preincaicas y la incaica en el virreinato del Perú.
También han sido considerados como propios del arte mestizo los usos dados a los espacios, impuestos por las necesidades de la evangelización de una elevada población indígena. Este sería el caso de las capillas de indios o las capillas posas, tan numerosas en la arquitectura religiosa del siglo XVI en México y que se extienden hasta el siglo XVIII en el área andina. En estos ejemplos se ha valorado como un elemento clave la aportación indígena derivada del hábito de asistir a las ceremonias en grandes espacios abiertos en lugar de en lugares cerrados como las iglesias cristianas.
Una variante del arte mestizo es el denominado arte tequitqui, palabra náhuatl que significa “vasallo” y que el español José Moreno Villa utilizó para definir “el producto mestizo que aparece en América al interpretar los indígenas las imágenes de una religión importada”, con la consiguiente fusión de conceptos europeos e indígenas (La escultura colonial mexicana, 1942).
Del mismo modo, la pintura colonial cuenta con un capítulo de “pintura mestiza”, denominación utilizada fundamentalmente para designar a la producción anónima que se lleva a cabo en talleres del área andina, en torno a la ciudad del Cuzco, desde finales del siglo XVII a finales del siglo XVIII. A menudo es empleada como sinónimo de escuela cuzqueña. A ella se unen todas aquellas pinturas en las que se detecta la presencia de motivos indígenas junto a los cristianos.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
El tema de la existencia del arte mestizo ha tenido muchos defensores y otros tantos detractores. Así, Angel Guido fue de los primeros y más entusiastas partidarios y con escritos como Fusión hispano-indígena en la arquitectura colonial (1925), Eurindia de la arquitectura colonial (1936), El estilo mestizo o criollo en el arte de la colonia (1938) y Redescubrimiento de América en el arte (1944), contribuyó de forma muy especial a la definición de las singularidades del arte colonial frente al español y al europeo en su conjunto. Mario Buschiazzo con Estudios de arquitectura colonial de Hispanoamérica (1945) y más tarde con su análisis El problema del arte mestizo (1969), y Martín Noel con El arte en la América española (1942), entre otras interesantes publicaciones, participaron también desde Argentina en este enfoque reivindicador, al que se sumaron figuras como los historiadores estadounidenses Harold E. Wethey con Colonial architecture and sculpture in Perú (1949), quien se manifestó claramente partidario de la existencia de un mestize style, y L. Mac Gregor que planteó la existencia de un “plateresco indígena” en El plateresco en México (1954).
Posteriormente, el mayor empuje al tema llega a través de los estudios de Emilio Harth Terre, con La arquitectura mestiza en el sur peruano (1966), y de Teresa Gisbert y José de Mesa quienes también han dedicado muchos de sus trabajos a respaldar la vigencia del estilo, resumiendo sus características en Determinantes del llamado estilo mestizo. Breves comentarios sobre el término (1970), y centrándolo temporal y espacialmente. También estos autores han analizado las repercusiones del tema en la Historia de la pintura cuzqueña (1962) y Teresa Gisbert dedica todo un libro, Iconografía y mitos indígenas en el arte (1980), a identificar numerosas obras en las que está presente el mundo andino.
Sobre el tema específico de la contribución indígena a la decoración escultórica ligada a la arquitectura, ya habían realizado importantes aportaciones investigadores como Alfred Neumeyer en The Indian Contribution to Architectural Decoration in Spanish Colonial America (1948). Pero Constantino Reyes Valerio desarrolla con amplitud el repertorio, y acuña también una nueva terminología a través de su obra Arte indocristiano. Escultura del siglo XVI (1978).
Esta singularidad del arte mestizo es negada por los trabajos de aquellos historiadores que entienden el arte colonial como “arte en América” rechazando tanto el mestizaje altoperuano como el criollismo mexicano. Entre los más significados pueden encontrarse George Kubler, que sintetiza su postura en trabajos como Indianismo y mestizaje como tradiciones americanas, medievales y clásicas (1966), Enrique Marco Dorta en Consideraciones en torno al llamado estilo tequitqui (1979) y Graziano Gasparini Análisis crítico de las definiciones “arquitectura popular” y “arquitectura mestiza” (1965).
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